De las miradas de la gente, de los susurros que se escuchan desde la otra parte de la habitación, de mi propia conciencia, los dejo de lado, a cada uno de ellos por separado y en conjunto, porque ahora nada me importa más que ser feliz, que descubrir que las nubes no son síntoma de nada malo, que los días pasaron y nadie los recupera; que los suspiros, los lloros, los minutos delante del teléfono esperando una llamada, nadie los recupera, se pasan y no vuelven.